Mis queridos hermanos y hermanas, estoy agradecido de saludarlos en esta gloriosa mañana de día de reposo. Están en mi mente constantemente. Me maravilla la manera en la que entran en acción cada vez que ven a personas necesitadas. Me asombran la fe y el testimonio que demuestran una y otra vez. Lloro por sus penas, decepciones y preocupaciones. Los amo y les aseguro que nuestro Padre Celestial y Su Hijo Amado, Jesucristo, los aman. Ellos están personalmente al tanto de sus circunstancias, su bondad, sus necesidades y sus oraciones pidiendo ayuda. Una y otra vez, oro para que sientan el amor de Ellos por ustedes.
Experimentar Su amor es fundamental, ya que parece que una invasión de noticias graves nos asalta a diario. Es posible que hayan tenido días en los que hayan deseado ponerse el pijama, acurrucarse como un ovillo y pedirle a alguien que los despierte cuando la confusión haya terminado.
Pero, mis queridos hermanos y hermanas, tenemos por delante muchísimas cosas maravillosas. En los días venideros veremos las mayores manifestaciones del poder del Salvador que el mundo jamás haya visto. Entre ahora y el momento en que regrese “con poder y gran gloria”, Él concederá innumerables privilegios, bendiciones y milagros a los fieles.
No obstante, en la actualidad vivimos en la que sin duda es una de las épocas más complicadas de la historia del mundo. Las complejidades y los desafíos hacen que muchas personas se sientan abrumadas y exhaustas. Sin embargo, consideren una experiencia reciente que podría arrojar luz sobre la manera en que ustedes y yo podemos hallar descanso.
Durante el reciente programa de puertas abiertas del Templo de Washington D. C., un miembro del comité del programa fue testigo de una interesante conversación mientras acompañaba a varios destacados periodistas a través del templo. De alguna manera, una joven familia se incorporó a esa visita programada para los medios de comunicación. Uno de los periodistas no dejaba de preguntar sobre el “trayecto” de los participantes del templo al pasar por este; quería saber si el trayecto por el templo era un símbolo de los desafíos de una persona en el trayecto de toda una vida.
Un niño de la familia escuchó la conversación y, cuando el grupo entró en una sala de investiduras, el niño señaló el altar, donde las personas se arrodillan para hacer convenios con Dios, y dijo: “¡Oh, qué bien! Aquí hay un lugar para que las personas descansen de su trayecto por el templo”.
Dudo que aquel pequeño supiera lo profunda que fue su observación; probablemente no tenía idea de la conexión directa que hay entre hacer un convenio con Dios en el templo y esta asombrosa promesa del Salvador:
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.
“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí […], y hallaréis descanso para vuestras almas.
“Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”.
Queridos hermanos y hermanas, me aflijo por aquellos que dejan la Iglesia porque sienten que el ser miembros requiere demasiado de ellos. ¡No han descubierto aún que, en realidad, hacer convenios y guardarlos hace la vida más fácil! Cada persona que hace convenios en las pilas bautismales y en los templos, y los guarda, tiene un mayor acceso al poder de Jesucristo. ¡Reflexionen sobre esta asombrosa verdad!
La recompensa por guardar los convenios con Dios es poder celestial, un poder que nos fortalece para soportar mejor nuestras pruebas, tentaciones y pesares. Ese poder nos facilita el camino. Quienes viven las leyes mayores de Jesucristo tienen acceso a Su poder mayor. De ese modo, quienes guardan los convenios tienen derecho a un tipo especial de descanso que les llega mediante su relación por convenio con Dios.
Antes de que el Salvador se sometiera a la agonía de Getsemaní y del Calvario, Él declaró a Sus apóstoles: “… En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo”.
Posteriormente, Jesús nos rogó a cada uno de nosotros que hiciéramos lo mismo cuando dijo: “… [E]s mi voluntad que venzáis al mundo”. Queridos hermanos y hermanas, mi mensaje hoy a ustedes es que, gracias a que Jesucristo venció este mundo caído y expió por cada uno de nosotros, ustedes también pueden vencer este mundo saturado de pecado, egocéntrico y, a menudo, agotador.
Debido a que el Salvador, por medio de Su expiación infinita, nos redimió a todos nosotros de la debilidad, los errores y el pecado, y debido a que experimentó cada dolor, preocupación y carga que ustedes hayan tenido alguna vez, entonces, conforme se arrepientan verdaderamente y busquen Su ayuda, podrán elevarse por encima de este mundo precario actual.
Pueden vencer las plagas espiritual y emocionalmente agotadoras del mundo, que incluyen la arrogancia, el orgullo, la ira, la inmoralidad, el odio, la codicia, los celos y el temor. A pesar de las distracciones y distorsiones que se arremolinan a nuestro alrededor, pueden hallar verdadero descanso —es decir, alivio y paz— incluso en medio de sus problemas más acuciantes.
Esta importante verdad suscita tres preguntas fundamentales:
Primero, ¿qué significa vencer al mundo?
Segundo, ¿cómo lo logramos?
Y tercero, ¿cómo bendice nuestra vida el hecho de vencer al mundo?
¿Qué significa vencer al mundo? Significa vencer la tentación de preocuparse más por las cosas de este mundo que por las cosas de Dios. Significa confiar en la doctrina de Cristo más que en las filosofías de los hombres. Significa deleitarse en la verdad, denunciar el engaño y llegar a ser “humildes discípulos de Cristo”6. Significa optar por abstenerse de todo lo que aleje al Espíritu. Significa estar dispuestos a abandonar incluso nuestros pecados favoritos.
Ahora bien, vencer al mundo ciertamente no significa llegar a ser perfectos en esta vida, ni significa que sus problemas se esfumarán como por arte de magia, porque no lo harán. Y no significa que no seguirán cometiendo errores. Sin embargo, vencer al mundo sí significa que la resistencia de ustedes al pecado aumentará. Su corazón se ablandará a medida que su fe en Jesucristo aumente. Vencer al mundo significa llegar a amar a Dios y a Su Hijo Amado más que a cualquier otra persona o cosa.
¿Cómo, entonces, vencemos al mundo? El rey Benjamín nos enseñó cómo hacerlo cuando dijo que “el hombre natural es enemigo de Dios” y lo será para siempre “a menos que se someta al influjo del Santo Espíritu, y se despoje del hombre natural, y se haga santo por la expiación de Cristo el Señor”. Cada vez que procuran las impresiones del Espíritu y las siguen, cada vez que hacen algo bueno, cosas que “el hombre natural” no haría, están venciendo al mundo.
Vencer al mundo no es un acontecimiento que ocurra en un día o dos; se produce a lo largo de toda la vida, al aceptar repetidamente la doctrina de Cristo. Cultivamos la fe en Jesucristo al arrepentirnos diariamente y al guardar los convenios que nos invisten de poder. Permanecemos en la senda de los convenios y somos bendecidos con fortaleza espiritual, revelación personal, una fe cada vez mayor y el ministerio de ángeles. Vivir la doctrina de Cristo puede producir el ciclo virtuoso más poderoso, generando ímpetu espiritual en nuestra vida.
A medida que nos esforzamos por vivir las leyes mayores de Jesucristo, nuestro corazón y nuestra naturaleza misma comienzan a cambiar. A fin de elevarnos por encima de la atracción de este mundo caído, el Salvador nos bendice con más caridad, humildad, generosidad, bondad, autodisciplina, paz y descanso.
Ahora bien, deben estar pensando que esto suena más a un arduo trabajo espiritual que a descanso, pero esta es la gran verdad: Aunque el mundo insista en que el poder, las posesiones, la popularidad y los placeres de la carne brindan felicidad, ¡no es así! ¡No pueden hacerlo! Lo que producen no es más que un sustituto vacío del “bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios”.
¡La verdad es que es mucho más agotador buscar la felicidad donde nunca podrán hallarla! Sin embargo, cuando llevan el yugo con Jesucristo y hacen el trabajo espiritual que se requiere para vencer al mundo, Él, y solo Él, tiene el poder de elevarlos por encima de la influencia de este mundo.
Ahora bien, ¿cómo bendice nuestra vida el hecho de vencer al mundo? La respuesta es clara: Concertar una relación por convenio con Dios nos une a Él de una manera que hace que todo en la vida sea más fácil. No me malinterpreten: no he dicho que efectuar convenios haga que la vida sea fácil. De hecho, esperen tener oposición, porque el adversario no quiere que descubran el poder de Jesucristo, pero llevar el yugo con el Salvador significa que tienen acceso a Su fortaleza y poder redentor.
Reafirmo una profunda enseñanza del presidente Ezra Taft Benson: “Los hombres y las mujeres que entreguen su vida a Dios descubrirán que Él puede hacer mucho más con sus vidas que lo que ellos mismos pueden hacer. Les dará más gozo, ampliará su visión, avivará su mente […], elevará su ánimo, multiplicará sus bendiciones, aumentará sus oportunidades, confortará sus almas, les dará amigos y los colmará de paz”.
Estos privilegios incomparables siguen a quienes buscan el apoyo del cielo para que los ayude a vencer a este mundo. Con este fin, extiendo a los miembros de toda la Iglesia el mismo cometido que les di a nuestros jóvenes adultos el pasado mes de mayo. Los insté entonces —y se lo ruego a ustedes ahora— a hacerse cargo de su propio testimonio de Jesucristo y Su evangelio. Trabajen para conseguirlo; nútranlo de manera que crezca, aliméntenlo con la verdad. No lo mezclen con las filosofías falsas de hombres y mujeres incrédulos. Al hacer del fortalecimiento continuo de su testimonio de Jesucristo su prioridad mayor, observen cómo se producen milagros en sus vidas.
Mi ruego a ustedes esta mañana es que hallen descanso de la intensidad, la incertidumbre y la angustia de este mundo venciendo al mundo por medio de sus convenios con Dios. Háganle saber por medio de sus oraciones y sus actos que se toman en serio lo de vencer al mundo. Pídanle a Él que les ilumine la mente y les envíe la ayuda que necesitan. Cada día, anoten los pensamientos que les surjan mientras oran, y luego, actúen diligentemente de conformidad con ellos. Pasen más tiempo en el templo y busquen entender el modo en que el templo les enseña a elevarse por encima de este mundo caído.
Como he dicho anteriormente, el recogimiento de Israel es la obra más importante que se está llevando a cabo hoy en la tierra. Un elemento crucial de este recogimiento es la preparación de un pueblo capaz, preparado y digno de recibir al Señor cuando Él regrese, un pueblo que ya haya elegido a Jesucristo por encima de este mundo caído, un pueblo que se regocije en su albedrío para vivir las leyes mayores y más santas de Jesucristo.
Les hago un llamado, mis queridos hermanos y hermanas, para que lleguen a ser ese pueblo recto. Aprecien y honren sus convenios por encima de todos los demás compromisos. Conforme dejen que Dios prevalezca en su vida, les prometo mayor paz, confianza, gozo y, sí, descanso.
Con el poder del santo apostolado que me ha sido conferido, los bendigo en su empeño por vencer este mundo. Los bendigo para que su fe en Jesucristo aumente y aprendan mejor cómo pueden invocar Su poder. Los bendigo para que sean capaces de discernir la verdad del error. Los bendigo para que se preocupen más por las cosas de Dios que por las cosas de este mundo. Los bendigo para que vean las necesidades de quienes los rodean y fortalezcan a sus seres queridos. Gracias a que Jesucristo venció al mundo, ustedes también pueden hacerlo. Testifico de ello en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.