Nuria y yo aprendimos el principio del pago de diezmos y ofrendas de los misioneros y miembros que nos presentaron el Evangelio restaurado y la Iglesia en Jackson, Misisipi, EEUU. Para ese momento de nuestra instrucción nuestra fe en Jesucristo y Su Evangelio había aumentado lo suficiente que no tuvimos reparos en comprometernos a ayunar y pagarlos, porque estábamos plenamente convencidos de que ese principio venía de Dios. Puedo testificar que hemos visto cumplirse en nuestras vidas y las de nuestros hijos e hijas las bendiciones prometidas en las Escrituras.

En cuanto a la definición del diezmo, la Primera Presidencia indica: “La declaración más sencilla que conocemos es la declaración del Señor mismo, a saber, que los miembros de la Iglesia deben pagar una ‘décima parte de su interés anualmente’, lo que se entiende por ingreso. Nadie está justificado para hacer ninguna otra declaración”.[1] Las ofrendas de ayuno siguen la siguiente pauta: “Los líderes de la Iglesia animan a los miembros a vivir la ley del ayuno, la cual por lo general abarca (1) ayunar todos los domingos de ayuno por dos comidas consecutivas [es decir, por veinticuatro horas] y (2) contribuir con una ofrenda de ayuno que sea por lo menos el equivalente al valor de los alimentos que habrían comido”.[2] Es parte de cumplir la ley del ayuno: “¿No consiste en que compartas tu pan con el hambriento y a los pobres errantes alojes en tu casa; en que cuando veas al desnudo, lo cubras y no te escondas del que es tu propia carne?”[3] Testifico con fuerza y de corazón que el pago del diezmo y las ofrendas es para nuestra bendición y fortaleza.
Hoy me siento movido a mencionar tres bendiciones específicas que llenan mi corazón de gozo y gratitud a Dios:
- El recibir y poder usar el sacerdocio de Melquisedec
- El recibir y poder usar una recomendación para el Templo
- El incremento de nuestra fe en Jesucristo por medio de la obediencia a la ley del diezmo y de las ofrendas.
El recibir y poder usar el sacerdocio de Melquisedec
Recuerdo con sorprendente claridad mi entrevista para recibir el sacerdocio de Melquisedec de parte de mi presidente de estaca, Stanley Pierce. Fue una bendición el poder contestar las preguntas de la entrevista con seguridad y la paz que viene de vivir el Evangelio con dignidad. Mi respuesta fue firme y positiva al presidente Pierce al llegar a la pregunta del pago del diezmo. Fue algo que me llenó de asombro y de sorpresa: que se me considerase preparado y digno de recibir el sacerdocio mayor de Jesucristo de manos de hombres con el poder y autoridad de Dios, que eran claramente llamados por Jesucristo para representarle.
Mis hermanos y los líderes en el cuórum de élderes participaron activamente en mi instrucción y práctica de lo que significa tener el sacerdocio y usarlo, para bendecir las vidas de aquéllos a quienes pueda ministrar. “El poder y la autoridad del sacerdocio mayor, o sea, el de Melquisedec, consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la iglesia: tener el privilegio de recibir los misterios del reino de los cielos, ver abiertos los cielos, comunicarse con la asamblea general e iglesia del Primogénito, y gozar de la comunión y presencia de Dios el Padre y de Jesús, el mediador del nuevo convenio”.[4] Nuestra autoridad viene por medio de la ordenación al sacerdocio de Melquisedec. Nuestro poder viene en base a nuestra fe en Jesucristo y la dignidad al vivir fielmente, cada día de nuestra vida, los convenios y mandamientos que se mencionaron durante la entrevista inicial como candidatos a élder.
El recibir y poder usar una recomendación para el Templo
Poco tiempo después de haber cumplido un año de miembros de la Iglesia nos presentamos a las dos entrevistas para obtener una recomendación para el templo para nuestras ordenanzas personales. En esta ocasión, por separado, testificamos de nuestra dignidad ante líderes locales del sacerdocio que nos conocían. Como parte de ello, ambos con firmeza y gozo pudimos declarar de nuestra fidelidad en el pago de un diezmo íntegro.
Habíamos sentido un espíritu especial luego de nuestra preparación por medio del Seminario de preparación para el templo, que recibimos en el hogar del presidente del cuórum de élderes, Darrell Palama. A los trece meses de bautizados viajamos al templo de la Ciudad de Lago Salado, donde fuimos sellados por tiempo y la eternidad. El Señor Jesucristo nos brindó muchas bendiciones y muchas evidencias de su interés y amor por nosotros.
No descubrimos plenamente la bendición de compartir estas bendiciones de las eternidades con nuestros antepasados hasta tiempo después, con el advenimiento de mejor tecnología. Nuestros esfuerzos iniciales de buscar en registros civiles y de la iglesia Católica nos llevaron a ciertos logros parciales. Ahora con Familysearch y sus socios, es mucho más fácil el llevar nombres al templo para cumplir con nuestro deber en este tema, “el más glorioso de todos los que pertenecen al evangelio sempiterno…”.[5] Nuestra asistencia al templo sube marcadamente cuando tenemos nombres de nuestros antepasados para llevar. Es la bendición del Espíritu de Elías. Puedo testificar de su verdadera influencia y el amor que trae por nuestros familiares fallecidos.
El incremento de nuestra fe en Jesucristo por medio de la obediencia a la ley del diezmo y de las ofrendas
El Presidente Henry B. Eyring escribió: “Una de las bendiciones que se reciben al pagar un diezmo íntegro es la fe para vivir una ley aún más elevada. Para vivir en el reino celestial, debemos vivir la ley de consagración. Allí tenemos que ser capaces de sentir que todo lo que somos y todo lo que tenemos pertenece a Dios”.[6] La fe es un principio de acción y su crecimiento depende de nuestra obediencia.[7] Es también un principio de poder, es decir, tener acceso al poder de Dios.[8] El pago de nuestros diezmos nos hace crecer en la fe en Jesucristo y nos prepara para vivir la ley de consagración y para alcanzar la vida eterna.
Las bendiciones del pago del diezmo y de las ofrendas son múltiples y se reciben tanto ahora como en el futuro, tanto de manera individual como familiar. Representan grandes evidencias del amor del Padre Celestial y de Su Hijo Jesucristo por todos Sus hijos. Esas bendiciones son para todos aquellos que pagan su diezmo íntegro y las ofrendas de ayuno.
[1] Carta de la Primera Presidencia, 19 de marzo de 1970; D. y C. 119:4
[2] Manual 1, Presidentes de estaca y obispos, 14.4.2, pág. 142
[3] Isaías 58:6 (véase Isaías 58:6-12)
[4] D. y C. 107:18-19
[5] D. y C. 128:17
[6] Henry B. Eyring, “Las bendiciones del diezmo”, Liahona, junio 2011
[7] Véase Alma 32:40-43
[8] Véase Alma 57:26