El evangelio en mi vida:
La primera vez que tuve contacto con algo de la Iglesia fue en mi país Haití, yo era una jovencita y un libro llegó a mis manos, era el Libro de Mormón. Recuerdo que tenía tantos deseos de saber que contenía ese libro, sin embargo nunca más tuve la oportunidad de contactar a alguien de la Iglesia, sino hasta muchos años después viviendo en la República Dominicana, donde me mudé luego de la muerte de mi padre en busca de mejores oportunidades para mí y mis hermanos, que conocí la Iglesia a través de una amiga que llevó a los misioneros a mi casa una tarde de un sábado del mes de Mayo del año 1993. Para ese entonces mi familia estaba compuesta por mi esposo, yo y nuestras dos hijas mayores, Yulisa y Sandra.

Lo que me llamó más la atención de todo lo que hablaron fue el concepto de que mi familia podría ser eterna. Cuando supe de esta verdad me sentí muy feliz pues en ninguna otra iglesia había escuchado que las familias podrían ser eternas. Esa primera charla cambio nuestras vidas para siempre, estábamos felices porque ya sabíamos que si nos esforzábamos por vivir de acuerdo a los mandatos de Dios, un dia podríamos llegar a ser una familia eterna. Esa misma noche los misioneros nos invitaron a que oráramos en familia antes de irnos a acostar y que le preguntáramos a Dios si todo eso era verdadero. Seguimos sus consejos y así lo hicimos. Mientras dormía El Señor me contestó y su respuesta estaba en Salmo150:6 dice: “Todo lo que respira alabe a Jehová”. Aceptamos el evangelio en nuestras vidas y a partir de ahí nunca faltamos ni un solo domingo a la Iglesia y aún antes de bautizarnos mi esposo y yo comenzamos a pagar nuestros diezmos íntegros. Al finalizar las charlas nos casamos y nos bautizamos junto a mi hija mayor, Yulisa, el día de su cumpleaños un 26 de Junio del año 1993, nuestra hija Sandra aún no tenía sus 8 años, fue una gran bendición que ella fuera bautizada un año después por su padre, el 23 de Octubre del 1994.
Nos sellamos como familia el 21 de diciembre del año 2000, meses después de la dedicación del templo de Santo Domingo. Para mí todo lo que sentí ese día fue y aún es algo grandioso e indescriptible. El saber que mi familia me pertenecerá por siempre si vivimos el evangelio hasta el último día de nuestros días, me llena de esperanzas. El evangelio ha sido en nuestras vidas un faro que nunca se apaga, gracias a él mi familia y yo hemos podido crecer espiritualmente y nos hemos fortalecido ante cualquier tribulación, pues sabemos que Dios siempre nos ha visto con buenos ojos.
Las adversidades han aumentado mi fe en Cristo:
El nacimiento de mis dos últimas hijas: A finales del mes de Junio en mi vientre crecían dos joyas, las cuales para ese momento no las consideraba así, tantas eran las complicaciones del embarazo que en cierto punto del camino desee no tenerlas y hasta llegué a cuestionar al Señor de ¿por qué dos bebes? - nuestra situación económica no era fácil, pero el Señor tenía un plan para ellas y para mí y a pesar de que estas durante su infancia tuvieron muchas complicaciones, el Señor las preservó para un sabio propósito; ellas son dos joyas hermosas, que se han aferrado al evangelio verdadero.
Un diagnóstico de cáncer: Después de nuestro sellamiento a mi esposo le diagnosticaron cáncer en el pulmón izquierdo, y una fibrosis endomiocardica (Miocardiopatía). Solo le dieron unos cuantos meses de vida. Esta prueba no la hubiésemos podido afrontar sin el conocimiento que recién habíamos adquirido en el templo, el cual ayudó a que la familia estuviera mucho más unidad y desarrolláramos una firme fe en el Señor y aunque era una situación desesperantes para otros para nosotros no lo fue. Gracias a la fe, las oraciones y las bendiciones, mi esposo vivió 10 años más, mucho más de lo que los médicos habían pronosticado. Él siempre fue un gran apoyo para mí y nuestras hijas, no hay palabras que puedan describir el gran padre y esposo que fue. Al fallecer quedamos solas mis tres hijas menores y yo, ya que la mayor había formado su familia. Desde ese entonces mi hija Sandra y yo trabajamos duramente para poder lograr nuestras metas familiares. No solo trabaje como maestra, que es mi profesión, sino que también tuve que trabajar limpiando casas para poder cumplir con las responsabilidades de la familia, nunca me he avergonzado, pues Dios proveyó estas oportunidades para que pudiera proveer lo necesario en mi hogar.

El Señor me ha dado muchas bendiciones:
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Una doctora en la familia: Mi hija Sandra, compañera en todos los momentos difíciles a pesar de nuestras limitaciones se graduó de médico, muchas personas le decían que dejara de estudiar medicina, pues su familia era muy pobre, su padre era solo un albañil y yo una maestra, pero ella siempre fue insistente y persistente, nunca desmayó ni hizo caso de las cosas que les decían, ella siempre decía es lo que elegí y es lo que yo quiero ser. Hoy día ella ocupa una buena posición en el área administrativa en una importante institución del estado. Gracias a que ella está en esa institución personas tantos miembros de la Iglesia como no miembros han podido recibir asistencia. Ella aún continúa preparándose y realiza una maestría en salud. Hoy puedo decir que estamos disfrutando de los frutos de tanto esfuerzos y restricciones en nuestras vidas.

Soy feliz, porque mi hogar es un hogar de paz, gozo y amor y esto es solo gracias a que aceptamos al Señor desde el primer día. Soy una madre en Sión y seguiré ayudando a mis hijas para que ellas un día también lo sean.